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La espera


Los grises de la sala de espera. El sol muriéndose en los cristales ahumados -la frialdad del espacio-. A la distancia un jardín de verdes opacos, se asoma, quiere no ver, el vacío. Las teclas machacadas. Un timbre. Otro. El teléfono a veces suena, ya no como antes, ahora cada tanto y es un sonido que irrumpe como desde cierta distancia que lo salva.

Aquí todos morimos junto con los pasos que resuenan en el pasillo de arriba y el del otro piso y el del otro. Las oficinas son puertas sin nombres que guardan rumores, murmullos que significan, dicen, el progreso, la modernidad. La espera a la nada y la luz amarillenta sin vida nos alcanza. 
Oscurece. Ya pronto será hora de irse y la recepcionista solitaria lo intuye de tal manera que se prepara para el fin de otro día que tampoco habrá significado gran cosa. La radio despierta y lanza canciones en español, decadentes, tal vez melódicas en otro contexto, con menos ausencias, pero aquí, en este lobby, es una música ensimismada.  

De pronto entiendo que lo distinto se da en otro lado, más vivo.

Sí, esto es irse muriendo. En este sillón terminaré mis días -esa decadencia- si Alma no se apresura a bajar las escaleras que doblan y se pierden en un infinito gélido. 

Sólo había que acompañarla a una cita de trabajo... Esperarla un tiempo razonable. No era tan difícil. No implicaba riesgos y sin embargo, estoy a nada de terminarlo todo, aquí, en esta consecuencia, en este aviso de la derrota.

Baja ya o me quedo seco, chupado, sin agua, como una momia. Sí, ¡quedaré momificado! 
Cada cierto tiempo se escuchan pasos bajando por la escalera pero nadie baja: son fantasmas: esa simulación burlona.

La razón casi perdida. El anuncio de la locura.

Pasadas muchas horas, imagino que bajas la escalera y me tomas de la mano, para irnos. Pero nada pasa. No bajas, nadie baja, y esa radio deprimente y esa secretaria disecada -¡se ha muerto ya!- y esa luz anochecida: ese delirio...

No sé, tal vez estar muriendo es no escuchar nada claro, no escuchar mi propia voz, no escuchar los pasos de Alma bajando por la escalera, yéndose.


Comentarios

  1. ¡Alucinante! ¡Qué bien narrada esa agonía del que va camino a la locura, pisando los últimos tramos de una endeble cordura! Unb abrazo

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